París y la COP21: ¿la última oportunidad?

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¿Sirven para algo las cumbres sobre cambio climático? Es una pregunta lícita, sin duda, pero además especialmente pertinente cada vez que se acerca una nueva cumbre. Desde hace meses hay un alboroto constante e in crescendo, como si la de París es la última oportunidad, como si hubiera el convencimiento de que es ahora o nunca. Y eso que el IPCC (el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático) organizaciones ecologistas ya avisan: París no debe ser la meta, ni siquiera si sale todo bien, sino el inicio de un camino largo y, esperemos, exitoso.

Del clima se habla mucho ahora, pero es relativamente reciente la trascendencia internacional de estas conferencias: la primera sobre el clima es de 1979, y se celebró en Ginebra. Además, llegó justamente cuando pararon de publicarse, de repente, artículos a los que se especulaba con que un nuevo enfriamiento planetario estaba a punto de comenzar, y que estábamos ya al final de la época interglacial, y con las consecuencias que ello tendría para la economía de un mundo que se hacía cada vez más pequeño. El caso, sin embargo, es que los últimos treinta años, y muy especialmente a los últimos veinte, el calentamiento global (y no el enfriamiento) ha protagonizado algunas de las reuniones internacionales más esperadas, así como algunas de las más decepcionantes.

Aunque Kyoto (1997) ha sido considerado un éxito a posteriori (por el fracaso reiterado de las reuniones que siguieron), lo fue de manera parcial y muy cuestionable. Se trata de un protocolo poco ambicioso de partida, que contó con el rechazo de facto de los grandes emisores mundiales: necesitaba la ratificación de los países que almenos supusieran el 55% de las emisiones mundiales para entrar en vigor, y es por eso que lo hizo muchos años después de firmarse, en 2004.


La barrera roja de los 2ºC

Desde el mismo momento del acuerdo se pensó en cómo podría ser el relevo, pero las negociaciones se han atascado una y otra vez. En Copenhague (2009), de donde se esperaba un nuevo pacto con hitos más valientes, la conferencia terminó con una declaración sin ningún efecto: ni era vinculante ni establecía plazos o cuotas. Dejó, eso sí, una cifra que cada vez es más conocida: 2ºC. Es posible que la hayan visto o escuchado, señalada siempre como la barrera roja que no deberíamos cruzar. Y ciertamente es un umbral útil para visualizar la urgencia de actuar ya, pero no una línea mágica a partir del cual será todo catastrófico, pero que si respetamos irá todo de maravilla.

Los dos grados, quizá la aportación más significativa de la cumbre de Copenhague, y un concepto más fácil de entender que los complicados cálculos de emisiones de gases de efecto invernadero y cuotas estatales, nos dicen que si limitamos la subida global de temperaturas a ese rango, estaremos dentro de unos impactos del cambio climático que nos causarán multitud de problemas, pero que podremos mitigar y afrontar con ciertas garantías. A partir de los dos grados la incertidumbre, sin embargo, crece exponencialmente, y podríamos desencadenar procesos de retroalimentación positiva incontrolables y potencialmente muy destructivos (huracanes, deshielo masivo, deslizamientos, cambio de corrientes oceánicas ...). El contenido de las conversaciones y hacia dónde deben ir encaminadas parece claro.

París no es la meta

COP21París es, según muchos activistas, científicos y gestores, la última oportunidad para lograr un acuerdo que permita desarrollar políticas y estrategias que logren detener el calentamiento a 2 ºC. Otros, como hemos dicho anteriormente, remarcan en cambio que la cumbre francesa no es ninguna meta, ni ningún final, sino el comienzo de todo.

En París se llega con el impulso del pacto entre China y Estados Unidos, hace apenas un año, pieza clave aunque insuficiente para abordar la cita con optimismo. Unas buenas esperanzas, sin embargo, que comparten algunos de los asistentes, que han manifestado que la dinámica esta vez es por fin distinta, y que los organizadores y el gobierno francés están empeñados en conseguir un nuevo y verdaderamente útil protocolo. París, a diferencia de las cumbres de los 90 ', es ya una cuestión de voluntad política (y empresarial), no de ciencia. Esto, al menos, lo tienen claro todas las partes.

Un éxito posible

Una pregunta final: ¿afectarán los terribles atentados de noviembre a las conversaciones? Seguro. Pero más allá de las medidas de seguridad y la neurosis que sin duda imperará, así como de la pérdida del reivindicaciones ciudadanas y actividades paralelas (que parece ser que serán suspendidas), el debate de lo que ocurre en Oriente Medio debería 'enfocarse de forma prioritaria a la seguridad alimentaria, a las crisis humanitarias, a la escasez de agua. A los efectos del cambio climático sobre la inestabilidad de las regiones vulnerables, y a cómo se ha convertido en un factor de primer orden a la hora de explicar las migraciones masivas. Tristemente de actualidad informativa, debemos ser lo suficientemente inteligentes como para saber ver más allá del horror y la sangre. El mejor homenaje que se les puede devolver a las víctimas, y la victoria más aplastante sobre los bárbaros y profetas del horror, sería sin duda un éxito total de la COP 21 . Entre todos lo podemos conseguir.

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