La travesía del Dimoni entre Calpe y Benicarló
150 millas náuticas en tres jornadas de navegación son el objetivo del Dimoni, un pequeño velero de menos de 8 metros. SamarucDigital ha decidido subir a bordo para seguir una travesía que nos permite observar buena parte la costa valenciana desde el mar. Un viaje comandado por el experto patrón Eduard con la ayuda del marino Enric, que comienza junto al Peñón de Ifach, en la Marina Alta, y tiene como destino final Benicarló, en el Baix Maestrat.
Con la salida del sol comienzan los preparativos a bordo del Dimoni, un nombre infernal por un pacífico velero con el trapo y el buque teñidos de color rojo brillante. Una pequeña embarcación, de poco más de 7 metros y medio de largo, que pasa prácticamente desapercibida en el puerto deportivo de Calpe, lleno de modelos náuticos de todos los tamaños y gustos. La maniobra de salida hace necesaria la colaboración de toda la tripulación formada por Eduard Gómez como patrón, Enric Salanguera como segundo en el mando y quien escribe la crónica como grumete ocasional.
El mar tranquilo y ligero nos deja vislumbrar la sierra Gelada desde la bocana de salida, que nos saluda desde el sur. El parque natural, que se extiende entre Benidorm, Alfaz del Pi y Altea, está defendido por impresionantes acantilados de 300 metros de desnivel que aportan los sedimentos que ayudan a formar las concurridas playas de la zona. Entre los tesoros naturales de la sierra sobrevive una duna fósil, colonizada por una peculiar y exigente vegetación objeto de otro reportaje de SamarucDigital.
El parque más visitado de todos
El Dimoni pone rumbo al Peñón de Ifach, el primero de los parques naturales que costeareamos. La impresionante mola calcárea es uno de los últimos contrafuertes de la cordillera Bética. Es el parque natural más visitado de la Comunidad Valenciana, con una media de 100.000 personas anuales en una masiva procesión senderista que tiene como principal competidora a la gaviota común o patiamarilla, que con su agresivo comportamiento en época de cría puede hacer huir al visitante más decidido. Desde el mar todo este trasiego queda lejos.
Enfrentamos el primer reto marítimo que supone atravesar el cabo de la Nao, el punto más oriental de la geografía valenciana. Como ocurre en todos los cabos del mundo, el mar se embravece fruto de una carrera donde el agua lucha para pasar al otro lado del muro. Una pequeña embarcación permite disfrutar con distracción de la experiencia. El patrón decide extender al viento la mayor y la genovesa, iniciando una navegación a toda vela que provoca que la embarcación se escore primero levemente y después de forma más evidente. El comandante ordena que todo el peso posible se sitúe a babor para compensar el desnivel. La fuerza del viento nos impulsa decididamente a todo trapo en dirección al otro cabo hermano, el de San Antonio. De paso saludamos la cala de la Granadella, la isla del Portitxol, el Cap Prim y el Negre. Enmarcando la escena contempla el día la majestuosidad del Montgó, mientras cormoranes hambrientos se zambullen en busca de un buen menú en unos fondos marinos llenos de vida.
Cambios de humor
El mar de fondo nos recuerda que el Mediterráneo es, posiblemente, el mar que más rápida y súbitamente cambia de humor. El Dimoni impulsado por un fuerte viento de popa alcanza una velocidad de crucero con máximos de 6,2 nudos a la hora, si viajaremos por tierra a este ritmo (unos 11 kilómetros por hora) cualquier bicicleta a media marcha nos adelantaría sobradamente. A más velocidad nos supera también el vuelo de una pareja de pardelas cenicientas (Calonectris diomedea), un ave escasa catalogada en peligro de extinción a la que le gusta viajar mar adentro para buscar alimento. En el territorio valenciano sólo nidifica en las Islas Columbretes.
El sol decididamente está empezando a desaparecer, anunciando el final de la primera jornada. Después de 10 horas de navegación tomamos la bahía de Cullera para remontar el río Júcar, que vierte aquí su caudal en el Mediterráneo cuando le dejan. Abandonamos el mar para hacer noche en el único puerto fluvial que tenemos en la ruta, en un contraste de tranquilidad que agradecemos tras las últimas embestidas de las olas. Cambia el paisaje y los compañeros de camino. Ahora ya no nos siguen las gaviotas y al Dimoni se acercan familias de ánade real y garzas.
La segunda jornada nos distancia de la costa para fijar el rumbo establecido por el capitán, que prevé cruzar el Golfo de Valencia en media mañana según los cálculos. A primera hora los vientos más fríos, que provienen de tierra, nos impulsan mar adentro. Nuevamente una pardela nos acompaña curiosa siempre manteniendo las distancias de manera previsora.
Rodeados por delfines
Pasado Gandía nos cruzamos con un gran transbordador que traslada mercancías y pasajeros entre las islas y la península cuando de repente el agua empieza a hervir de manera electrizante. De entre las olas comienzan a emerger delfines saltando en una milimétrica coreografía que rodea el avance del gran transporte en un juego lleno de ritmo. El grupo está formado por unos 30 de estos cetáceos que patrullan el Mediterráneo siempre dispuestos a dejarse ver. La especie más abundante ante nuestras costas es la del delfín listado (Stenella coeruleoalba), no tan común es el delfín mular (Tursiops truncatus). Entre los cetáceos marinos que atraviesan el litoral valenciano el mayor de todos es el rorcual común (Balaenoptera physalus), una enorme ballena que es el segundo animal más grande que vive en el planeta. Los ejemplares adultos pueden llegar a medir 22 metros.
Ya cerca de la Albufera de Valencia es constante el paso de los diminutos charranes (Sterna hirundo). Con su característico sombrero negro estas aves acuáticas buscan alimento en el mar mientras guardan el nido en tierra firme. El gran humedal valenciano alberga una de las más destacadas colonias de cría en el litoral mediterráneo.
Monstruos de hierro
Esperando turno para entrar en el puerto de Castellón reposan grandes monstruos de hierro iluminados por el atardecer como enormes rascacielos flotantes que son. Colosales cargueros con banderas paraguas de países como Malta o Panamá (un paraíso demostrado para muchos bolsillos repletos) se agrupan para pedir la hora de entrada a puerto, en un tráfico donde el diminuto Dimoni parece una hormiga caminando entre elefantes. El patrón decide avanzar en dirección al puerto de Oropesa para completar la travesía más larga de la expedición que culminamos en 12 horas y termina de noche oscura, cuando la luz del faro muestra el único camino seguro al muelle.
El último tramo es corto y distraído siguiendo el Prat de Cabanes-Torreblanca, en la Plana Alta, una llanura litoral separada del mar por un conjunto de guijarros y gravas que cerraron una antigua Albufera. Un humedal con carrizales y saladares que filtran un agua dulcemente limpia que vierte en el Mediterráneo por zonas como "el Trenc", a Torenostra, en una elocuente descripción lingüística de la geografía del territorio.
Acantilados libres
El paisaje de la Plana se eleva desde Alcalá de Xivert, ya en el Baix Maestrat, con las alturas de la sierra Irta, al norte de Castellón. Empezábamos el viaje admirando la sierra Gelada en la primera etapa de nuestro periplo y las últimas millas están acompañadas por otro de los escasos tramos de acantilados libres de edificaciones que quedan en el mediterráneo occidental. El espectáculo histórico que siempre ofrece Peñíscola recuerda momentos de batallas y gestas heroicas en el territorio de un Papa herético para unos y santo para otros, que reinó con el nombre de Benedicto XIII bajo el amparo de la Luna, y que incluso regaló su nombre a una tisana.
El Dimoni llega ya a su destino final. Superadas las playas del Gurugú y del Morrongo, el puerto de Benicarló, territorio de langostinos y alcachofas, le abre las puertas acogedor. El veterano velero, trabajado en numerosas travesías mediterráneas, se ha ganado con nota el derecho a descansar en espera de nuevas aventuras. El mar le aguarda paciente.