El vencejo: vivir volando y volar para vivir
Es sin duda uno de los componentes de nuestro paisaje. Los pueblos y ciudades no serían lo mismo sin sus chillidos en vuelo, sus acrobacias frente a fachadas o su planeo tranquilo al atardecer sobre nuestras cabezas. Son unos vecinos muy viajeros y unos grandes consumidores de mosquitos.
Su llegada a partir de marzo trae la algarabía a las ciudades, y con sus acrobáticas persecuciones forman torbellinos alrededor de los campanarios de los pueblos. Con ello, nos avisan de la llegada de la primavera y son parte imprescindible de ella. Hoy os invito a saber algo más sobre estas impresionantes aves, y mirar al cielo: en breve nos abandonarán, silenciosamente. Nada como saber qué periplos realizan, para valorar aún más su marcha antes de que, de repente, notemos que ya no están.
Las ballenas del aire
Con sus frenéticos vuelos, los vencejos se alimentan de pequeños insectos alados, como pueden ser himenópteros, chinches, neurópteros, etc. Entre los insectos que forman su dieta también se incluyen los mosquitos, por lo que los vencejos son unos estupendos aliados frente a los molestos mosquitos del inicio del verano. A estos pequeños invertebrados que viven suspendidos en el aire, se les conoce como aeroplancton y son capturados por los vencejos mientras éstos vuelan con la boca abierta, como si de pequeñas ballenas del aire se tratara. Iniciativas como las que empiezan a desarrollar en algunas ciudades proporcionando sitios para la nidificación de estos insecticidas con alas resultan muy acertadas, ya que permiten mejorar las poblaciones de vencejos mientras que se conciencia sobre uno de los beneficios de la naturaleza urbana.
Foto: Niko López
Nómadas del viento
Dependientes del aeroplacton, los vencejos se ven obligados a desplazarse continuamente a las regiones en las que este recurso es abundante. Por ejemplo, durante el período de nidificación, en el caso de producirse grandes tormentas, son capaces de desplazarse lejos de sus colonias y sus crías, a la espera de que amaine el temporal. Los pollos, que pueden permanecer hasta una semana sin alimento gracias a la acumulación de grasas en su cuerpo y a entrar en un estado de letargo metabólico similar a la hibernación, llamado torpor. Con el paso de las malas condiciones climatológicas, de nuevo atendidos por sus padres, los pollos activan el metabolismo y se recuperan rápidamente con una buena dosis de comida traída por sus padres. Esta misma dependencia del aeroplancton, mucho más escaso en invierno en el Hemisferio Norte, lleva a los vencejos a desplazarse al África subsahariana. Recientemente se ha descrito cómo durante la invernada los vencejos comunes se desplazan de oeste a este aprovechándose de la elevada productividad de los humedales y ríos del cinturón tropical africano. Este periplo los lleva a pasar una temporada en el cielo de la República Democrática de El Congo y, posteriormente, el entorno de los lagos Victoria y Malawi, sobrevolando selvas y sabanas arbustivas de Uganda, Kenia, Tanzania y Zambia, donde se junta con las poblaciones asiáticas con las que comparte área de invernada.
Repostaje en las gasolineras del océano
Uno de los aspectos de la invernada descritos gracias a los dispositivos de geolocalización es la existencia para algunos ejemplares de una travesía marítima antes de iniciar la migración prenupcial. Lo que inicialmente se consideró un error de los dispositivos, no sólo se da en una cantidad significativa de los individuos estudiados, sino que, tal y como se explica , tiene explicación biológica: durante el mes de abril en la costa occidental de África tiene lugar una explosión de insectos coincidente con la época de lluvias que concentra a millones de vencejos alimentándose frenéticamente durante unos días. Posiblemente, las corrientes de aire arrastran grandes masas de aeroplancton océano adentro desde el Golfo de Guinea. Los vencejos siguen este enorme buffet libre, que utilizan para cargar las reservas preparándose para volver a Europa. Gracias a este repostaje en esta enorme gasolinera arrastrada por el viento, los vencejos comunes son capaces de volver a sus lugares de cría a un ritmo endiablado, llegando a recorrer 1000 km en un solo día y alcanzar velocidades alrededor de 90 km/h.
Ruta anual de dos falcies obtinguda mitjançant geolocalitzadors. SEO / BirdLife
Quizá nuestra visión antropocéntrica nos lleva a considerar que, por reproducirse en nuestra región, los vencejos son aves europeas. Sin embargo, los datos aportados por el estudio de aves a las que se han equipado con dispositivos de seguimiento por satélite muestran que a lo largo del ciclo anual, un vencejo apenas está 3 meses en Europa, 2 en migración y 7 en las zonas de invernada en África.
Dos años sin posarse
Algunos de estos vencejos vuelven con ganas: llevan desde que nacieron sin tocar el suelo, y las adaptaciones a la vida en vuelo hacen que los vencejos parezcan olvidar que existe. No en vano, los vencejos se alimentan en el aire, del mismo modo que se cortejan y copulan. Incluso duermen en vuelo, buscando corrientes térmicas, elevándose hasta 2.000 metros de altitud y entrando en un estado de “vigilia” o “piloto automático”. Únicamente volverán a posarse para construir su nido en huecos de edificaciones, incubar los huevos y atender los pollos. Un momento que para los vencejos llega a partir de los dos años, cuando alcanzan la madurez sexual. De hecho, es un terreno hostil. Sus pequeñas patas, largas alas adaptadas al vuelo rápido y largos recorridos prácticamente les impiden alzar el vuelo desde el suelo. Por ello, en ocasiones si encontramos un vencejo que ha caído al suelo, bastará con ayudarle a volar para salvarlo de una más que probable predación o muerte por inanición. En apenas unas semanas, a final de julio, los vencejos comunes empezarán a migrar en un viaje que les llevará a sus cuarteles de invernada en África. Con su partida, llega el silencio y queda algo de vacío. Faltará algo en el paisaje visual y sonoro. Sin embargo, pronto llegarán las aves migratorias centro y norteuropeas a pasar el invierno en la cuenca mediterránea, también en pueblos y ciudades, logrando que pongamos nuestros ojos y oídos en ellos y olvidemos, aunque sea por unos meses, que los vencejos marcharon.