Hay un larga tradición intelectual, filosófica, espiritual, científica, que ha cuestionado siempre el salto especista, el abismo que se supone que existe entre los animales humanos que somos nosotros y los animales no humanos. Por todos, me permito citar un conocido texto de Schopenhauer: “La suposición de que los animales no tienen derechos y la ilusión de que nuestra manera de tratarlos no tiene significación moral es un verdadero ejemplo de la crueldad y barbarie occidental. La compasión universal es la única garantía de moralidad”. Pero no es sólo cuestión de moralidad. Lo cierto es que el reconocimiento de que los animales no humanos no son objetos, cosas, sino seres vivos, con capacidad de sentir dolor y placer y por tanto de experimentar la crueldad y el maltrato, la privación de su derecho a vivir, parcial o totalmente, nos abre la idea de que hay sujetos no humanos de derechos. Lo que no quiere decir que todos los animales no humanos sean titulares de los mismos derechos y tampoco que se les reconozcan todos y los mismos derechos que reconocemos a los seres humanos. Pero sí algunos básicos: ¿cuáles y por qué? Podemos hablar de personas no humanas? Ese es, a mi juicio, uno de los debates más relevantes que la neurociencia, la biología, el Derecho, la ética, nos plantean ya hoy y que apuntan a un horizonte de transformación de civilización sin el que la humanidad no subsistirá.